domingo, 1 de enero de 2012

Despedidas con sabor a chocolate

Le abracé tan fuerte como podía, la estrujé contra mi cuerpo. Todo sería más fácil si nos pudiésemos fusionar en un solo cuerpo, los dos juntos, para siempre. Ella comenzó a sollozar en mi hombro, y yo le acaricié los largos cabellos tratando de calmar sus gimoteos.
Me separé de ella y le miré a los ojos acuosos. Le besé en la frente levemente. Besé  sus ojos, besé las lágrimas que caían. Besé  la punta de su nariz  y besé su cuello. Finalmente rocé levemente sus labios, respirando su aliento,  sintiendo sus dedos enzarzándose en las mechas de mi pelo.  El beso se volvió más profundo, podía saborear su boca. Chocolate, siempre sabía a chocolate. Introduje la mano  lentamente bajo su camiseta y la saqué en el momento en que me mordió la lengua y se separó con brusquedad.
-¿Crees que es el momento? -  Preguntó enfadada, y se colocó bien la camiseta.
-Puede que sea el último.- respondí metiendo las manos en los bolsillos.
-Te vas a ir, y puede que no vuelvas ¿y lo único que piensas es en follarme?- Se levantó del sofá y cogió su chaqueta.-Siempre  tienes que joderlo, Dean.
Se dirigió hacia la puerta.
-Mierda, no. Molly, por favor.- corrí tras ella y le cogí la mano que tenía sobre el pomo y me la llevé a los labios. Le di un beso. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Le encanta que haga eso. – No es eso, Molly, es solo que mi última noche me gustaría pasarla contigo. En mi cama. Bajo las sábanas.
Molly se quedó en silencio mordiéndose el labio. Yo tenía que resistir la tentación para no abalanzarme y mordérselo yo mismo. Se acercó más a mí, sonrió y me volvió a besar. No sabía como interpretar eso hasta que cogió una de mis manos y la metió bajo su camiseta.
-¿Por dónde íbamos…?- susurró contra mi boca.

Molly estaba preciosa bajo la blanca luz de la mañana. Dormía en una posición algo peculiar, con las sábanas enroscadas por su cuerpo desnudo. Le acaricié la espalda, y le dí un beso en la nuca antes de levantarme y ponerme las botas militares.  Dejé la carta sobre la mesilla de noche con el collar que me regaló para mi cumpleaños, con forma de corazón y una foto de los dos en blanco y negro dentro. Ahí ponía todo lo que no me atrevía a decirle. Que le amaba, y que no dejaría de pensar en ella ni un solo momento.
Salgo de la habitación echando un último vistazo a atrás. Ella esboza una sonrisa y suspira en sueños.
-Adiós, Molly.
Vietnam me espera.

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