miércoles, 30 de mayo de 2012

Fender Stratocaster.



Nunca me había parado a pensar en el pasado hasta que pasé delante de aquel escaparate de la tienda de música que tanto solíamos frecuentar. Una guitarra llamó mi atención. Bueno, no era sólo una guitarra, era la Fender Stratocaster que él siempre había querido. La misma, de un azul claro y blanco, con la que soñaba todos los días, y la que quería tener entre sus manos para tocar como su ídolo Eric Clapton.

Recordé lo mucho que se esforzaba por ahorrar; el trabajo en la cafetería “Holiday” donde yo iba  a hacer los deberes para hacerle compañía, las clases de piano que le daba a los hijos de sus vecinos, y la prohibición de gastos innecesarios, como las cervezas y los pitillos.

Me hablaba de esa guitarra a todas horas, de las canciones que iba a aprender y que luego me iba  a dedicar, de que formaría su propio grupo, y que serían un éxito mundial del nivel de The Beatles o The Rolling Stones. Yo le reía las ocurrencias, pero en el fondo me gustaba la idea de ser la chica de un guitarrista famoso.

Cuando por fin quedaba poco se me ocurrió ayudarle y regalarle el dinero que faltaba. Para que fuese feliz de una vez por todas.

En el momento en que se lo di, se me echó encima y me asfixió en un enorme abrazo. Me llenó de besos por toda la cara efusivamente, y al cabo de un rato esos besos se fueron profundizando más, de tal manera que una cosa llevó a la otra y acabamos haciendo el amor en el pequeño sofá de su casa.

Las semanas siguientes fueron un sueño, él era tan feliz que parecía que flotaba. Y yo también lo era, por él, porque le quería. Cuando por fin íbamos a ir a la tienda a comprar la deseada guitarra, todo se fue a la mierda. Su padre murió en un accidente de tráfico esa misma mañana. Un maldito conductor borracho decidió estrellarse contra su coche y volarlo todo en pedazos.

Nunca volvió a ser el mismo. Recuerdo que se encerró en su habitación para dos semanas y se negaba a salir, pero cuando la situación de su familia empeoró y necesitaban urgentemente dinero, él se convirtió en el cabeza de familia.

Lo dejó todo atrás; sus vida, su Stratocaster, sus sueños, y a mi también.


Me pregunté cómo le iría ahora, me pregunté si habría llegado a comprar su guitarra.

domingo, 5 de febrero de 2012

Recuerdos que nunca podrás borrar

Me interno en el verde y espeso bosque, apartando ramas por el camino. Todo está húmedo y resbaladizo, y más de una vez doy un traspié y caigo al suelo, pero me levanto, me limpio el barro y sigo caminando. The scientist, de Coldplay acompaña mis pasos.
Nobody said it was easy…No one ever said it would be so hard. I’m going back to the start.
Ahí es adonde voy yo. Al principio.
Por fin llego al claro del bosque donde todo comenzó. Una bonita tarde de otoño, cuando el bosque era de alegres colores amarillos y naranjas. Cuando él seguía aquí. Cuando yo era feliz.
Me dirijo hacia el árbol que hay en medio del claro. Es grande y robusto, y sus ramas bailan desnudas en el viento. De lejos parece como cualquier otro árbol, pero si te acercas lo suficiente puedes apreciar las miles de palabras que adornan su tronco. Es un poema. Es mi poema.
Aquel día me llevó a este claro con los ojos vendados, guiándome con mucho cuidado entre las ramas y raíces de los arboles. Dijo que tenía un regalo para mí. Cuando llegamos, me quitó la venda. Pude reconocer su caligrafía sobre el árbol. Me leyó el poema al oído, y entre susurro y susurro, me daba un beso en el lóbulo de la oreja. Y yo me creía todo lo que me decía.
Aquella tarde le dije te quiero por primera vez. Y él me lo devolvió con una sonrisa.
No puedo evitar que las lágrimas se escapen de mis ojos. Cuando él se fue, me juré a mi misma no volver aquí. Pero no me había dado cuenta de que me dejaba algo.
Saco la navaja del abrigo. Tomo aire lentamente, y comienzo a rascar la corteza del árbol, borrando esas palabras de amor. Mentiras.
No sé cuanto tiempo estoy ahí, pero el frío ya me ha calado hasta la médula, y casi ni puedo mover los dedos. Pero lo he conseguido. Ya no queda ni rastro de ese poema…en el árbol.
En mi cabeza me lo se de memoria de las miles y miles de veces que lo he leído.

domingo, 22 de enero de 2012

Juegos de borrachos.

Todo empieza a dar demasiadas vueltas, y Tara tiene que sentarse en el césped para aclararse un poco las ideas. Inspira lentamente y expira, pero el mareo sigue presente. Mira el vodka que tiene en la mano, se lo bebe de un trago, y arroja el vaso a unos matorrales.
-¡Ay!-se queja alguien- eh, ¿quién está tirando cosas por ahí?
Un chico alto de cabellos ensortijados sale de la oscuridad y se aproxima tambaleante hacia Tara. Cuando ésta consigue enfocar su cara, se da cuenta de que es Aiden.
-Lo siento-dice Tara. Aiden se sienta a su lado en la hierba- no te vi.
-No pasa nada... Estaba ahí meando-comenta Aiden entre risas- y de repente me da un vaso de plástico en la cabeza.
Ambos empiezan a reír, luego paran, se miran seriamente, y vuelven a estallar a carcajadas. Se ríen tanto que les saltan las lágrimas y se doblan en dos. Minutos después paran por falta de aliento.
-No me acuerdo ni de qué me reía- dice Aiden entre jadeos. Se tumba en el suelo y pone las manos tras la cabeza para acomodarse.
Tara se tumba a su lado. Sus cuerpos solo distan unos pocos centímetros, puede sentir el calor que emana Aiden, y quiere acercarse para sentirlo ella también.
-Cuéntame algo-le pide él.
-¿Algo cómo qué?
-Algo sobre ti.
Tara sonríe en la oscuridad.
-Bueno…a veces siento que tengo una teta más grande que la otra- le suelta.
Aiden se carcajea.
-¿Te parece gracioso?- Tara trata de hacerse la ofendida, aunque sin muchos resultados.
-No, no es eso. Es que una persona normal hubiese dicho algo como “me gusta leer” o “mi color 
favorito es el azul”, pero tú…
-No tengo un color favorito. Todos los colores son geniales.-interrumpe ella.
-¿Ves lo que te digo? Eres diferente.
-No lo soy. Soy una persona más de entre millones y millones.
-Yo pienso que eres especial.-susurra Aiden.
-Estás borracho, no sabes lo que dices.
-Eso también es verdad.-contesta él bajito, como hablando más para si mismo que para ella.
-¿Jugamos a un juego?-inquiere Tara un rato después.
-¿A cuál?
-Un juego de preguntas. Podemos preguntar lo que sea y hay que responder siempre, sea lo que sea.- Tara gira la cabeza y le mira.
-Me parece bien.
-Empiezo yo.- dice Tara. Coge aire y pregunta- ¿Eres virgen?
-No. La perdí hace ya un año o así. ¿Y tú?-pregunta él. Tara se muerde el labio y se queda en silencio-eh, no vale. Hay que responder.
-Sí, lo soy. Virgen hasta los huesos.
-No sé por qué, pero me gusta la idea…-suelta Aiden, pero al darse cuenta de lo que ha dicho cambia de tema rápidamente- Me toca. ¿Tocas algún instrumento?
-Soy toda una profesional al triángulo-bromea Tara.
-Triángulo ¿eh? Como te envidio… yo siempre quise tocarlo, pero es demasiado complejo para mí.
-Un día te dedico un concierto solo para ti. ¿Tú tocas algo?
-La guitarra. Tengo un grupo. Un día deberías venir a vernos tocar. ¿Te gusta Led Zeppelin?
Tara asiente.
-Jimmy Page es mi Dios. ¿Lees mucho?
-Lo justo y necesario. ¿Tú?
-Demasiado… Los libros me hacen soñar con los ojos abiertos, y escapar a un lugar mejor.
-¿Te has enamorado alguna vez?-Inquiere Aiden, girando la cabeza hacia ella, mirándole a los ojos.
-No lo sé. ¿Cómo estar segura? Nadie me ha explicado como funciona la cosa.
-Bueno… ya sabes. Todo el tema de las mariposas en el estómago, las chispas al rozar su piel, no dejar de pensar en esa persona…
-¿Mariposas? No sé de dónde cojones sacaron eso. Más bien son algo como abejas asesinas.
Aiden ríe.
-Me gusta como te ríes- dice Tara.
-¿Sabes esa vocecilla que suena en tu cabeza y te dice si algo está bien o mal?
-¿Oyes voces en tu cabeza? Eso hay que tratarlo- Se carcajea Tara. Aiden se une a ella- Conciencia, se llama conciencia.
-Sí, eso. Pues se ha desvanecido totalmente de mi cabeza.
-Será que estás muy borracho. ¿Cuántos dedos tengo?- Tara pone la mano entera sobre la cara de Aiden. Él empieza a hacerle cosquillas, y juntos se enzarzan en una pelea rodando por el suelo. Al fin, Aiden gana y está recostado encima de Tara, aplastando sus manos contra el suelo para que no le pueda atacar. Ambos jadean, cansados.
-Y ahora es cuando mi conciencia me diría que no lo haga.- susurra Aiden mirando fijamente a Tara, inclinándose hacia ella poco a poco.
-¿qué no hagas que?- más cerca, más cerca. Sus alientos se entrelazan. Sus narices casi se tocan.

-Besarte.

jueves, 5 de enero de 2012

Miedos.

Me dan miedo las alturas. Me da miedo electrocutarme cuando enchufo algo, caerme sobre las rocas y dañarme. Me da miedo estar en el medio del mar sintiendo los cientos de kilómetros de profundidad bajo mí.  Me dan miedo las avispas, y las arañas. Me da miedo  mi padre cuando se enfada. Me da miedo perderme. Me da miedo la soledad.
 Pero lo que más miedo da es amar.

Tengo miedo a querer.

Me da miedo eso de que alguien tenga la cualidad de hacerme daño, mucho, mucho daño. Porque cuando quieres a alguien, cuando tu felicidad depende de esa persona, cuando confías más en ella que en cualquier otra, es ahí cuando te pueden partir en dos el corazón.

 Destrozarlo, aplastarlo, triturarlo, machacarlo, y quemarlo hasta las cenizas.

domingo, 1 de enero de 2012

Despedidas con sabor a chocolate

Le abracé tan fuerte como podía, la estrujé contra mi cuerpo. Todo sería más fácil si nos pudiésemos fusionar en un solo cuerpo, los dos juntos, para siempre. Ella comenzó a sollozar en mi hombro, y yo le acaricié los largos cabellos tratando de calmar sus gimoteos.
Me separé de ella y le miré a los ojos acuosos. Le besé en la frente levemente. Besé  sus ojos, besé las lágrimas que caían. Besé  la punta de su nariz  y besé su cuello. Finalmente rocé levemente sus labios, respirando su aliento,  sintiendo sus dedos enzarzándose en las mechas de mi pelo.  El beso se volvió más profundo, podía saborear su boca. Chocolate, siempre sabía a chocolate. Introduje la mano  lentamente bajo su camiseta y la saqué en el momento en que me mordió la lengua y se separó con brusquedad.
-¿Crees que es el momento? -  Preguntó enfadada, y se colocó bien la camiseta.
-Puede que sea el último.- respondí metiendo las manos en los bolsillos.
-Te vas a ir, y puede que no vuelvas ¿y lo único que piensas es en follarme?- Se levantó del sofá y cogió su chaqueta.-Siempre  tienes que joderlo, Dean.
Se dirigió hacia la puerta.
-Mierda, no. Molly, por favor.- corrí tras ella y le cogí la mano que tenía sobre el pomo y me la llevé a los labios. Le di un beso. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Le encanta que haga eso. – No es eso, Molly, es solo que mi última noche me gustaría pasarla contigo. En mi cama. Bajo las sábanas.
Molly se quedó en silencio mordiéndose el labio. Yo tenía que resistir la tentación para no abalanzarme y mordérselo yo mismo. Se acercó más a mí, sonrió y me volvió a besar. No sabía como interpretar eso hasta que cogió una de mis manos y la metió bajo su camiseta.
-¿Por dónde íbamos…?- susurró contra mi boca.

Molly estaba preciosa bajo la blanca luz de la mañana. Dormía en una posición algo peculiar, con las sábanas enroscadas por su cuerpo desnudo. Le acaricié la espalda, y le dí un beso en la nuca antes de levantarme y ponerme las botas militares.  Dejé la carta sobre la mesilla de noche con el collar que me regaló para mi cumpleaños, con forma de corazón y una foto de los dos en blanco y negro dentro. Ahí ponía todo lo que no me atrevía a decirle. Que le amaba, y que no dejaría de pensar en ella ni un solo momento.
Salgo de la habitación echando un último vistazo a atrás. Ella esboza una sonrisa y suspira en sueños.
-Adiós, Molly.
Vietnam me espera.